Por: Fabián Molina Martínez
Hablar de la humanidad ha sido siempre un deporte olímpico, la gente encuentra un cierto gozo al hablar del otro, algunas veces por saber en términos generales cómo se encuentra un conocido del que no se sabe; pero la mayoría de las veces como dicen en mi emblemática Villanueva es para echarle cuchillo.
Recuerdo una anécdota de mi tía abuela, la cual contaba con mucha jocosidad y admiración, en referencia a la visita de su querido hermano, que no era otro más que mi abuelo, el cual al asomarse por la ventana decía “vine a visitarte y así hablamos un rato de la humanidad”; la admiración de mi tía abuela se basaba en que le interesaba muy poco la vida del prójimo.
Cuando niño y adolescente me causaba mucha curiosidad ver cómo al iniciar el atardecer en el pueblo, las terrazas o los pretiles se llenaban de asientos o mecedoras, y en mi inocencia de la época pensaba: esta la gente refrescándose del calor de la tarde, pero al pasar los años entendí que esa costumbre tenía un aditivo de curiosidad, y era hablar de la humanidad.
Supongo que en todo pueblo caribe se da la precitada costumbre, y tengo que confesar en mi adolescencia y temprana juventud sufrí lo que yo autodenomine “la fobia del adiós”, esa particular forma que tenemos en el pueblo de saludar al pasar por el frente de una casa o pretil donde hay congregada personas.
Mi fobia consistía y consiste en lo que se desarrolla después de ese adiós y cuando has dado al menos veinte pasos del frente del punto donde se reúnen los del asiento o mecedora; que no es otra cosa que hablar de la humanidad o más bien de la humanidad de quien acaba de pasar.
Y es que uno como villanuevero sabe cuando van hablar de uno, después de decir ese adiós, es que uno percibe ese “fogaje” de la lengua, el cual inicia con ese famoso “supite” y ahí se desencadena una historia, que casi siempre está basada en un supuesto o en la subjetiva verdad de alguien.
Y es que cuando uno da el paso veintiuno, solo queda decir “ahí les quedo”, como una frase de consolación ante el inminente ataque de la “sin hueso”; no queda más que aceptar con resignación que tú buen nombre (derecho constitucional) sea zarandeado hasta que pase otra persona y diga “adiós”.
Y es que afortunadamente en los pueblos caribe un bochinche dura hasta que sale otro bochinche, y así se van armando las historias de la gente y de los pueblos.
Pero cómo todo se va transformando, los asientos siguen estando todas las tardes en los frentes de las casas y la costumbre sigue estando ahí, aunque el pueblo ha crecido y mucha gente ya no se conoce; se sigue hablando de la humanidad y todo aquel que no se identifique, se acompaña de la siguiente frase “ese seguro vino de Venezuela”.
Los avances tecnológicos han llevado además que el pretil esté ahora en las redes sociales, donde últimamente se arman unos “vocingueos”, por el simple motivo de no estar de acuerdo o compartir un pensamiento con alguien.
Ni que decir de los famosos grupos de whatsApp donde cualquiera se siente con el derecho de tomar una foto de alguien y agregarle contenido y difamar a las personas, violando con toda claridad el derecho constitucional del buen nombre y privacidad de las personas.
Y esto me recuerda aquel verso del gran compositor Hernando Marín (QEPD):
“La costumbre de nuestro pueblo
es hablar de la vida ajena
no pueden ver mujer soltera
porque le buscan su marido
y esto está pasando conmigo
en el pueblo de Villanueva”
Una cosa es el bochinche sano de la especulación y la duda; y otra cosa es lanzar afirmaciones y meterse con la dignidad de las personas, y quien no lo sepa eso tiene sanción en las leyes colombianas.
Termino diciendo la vida es más sabrosa cuando Vives y dejas Vivir!!!
1 de Agosto de 2021.
Cuando aprendemos a sonreírle a la vida, ¡nada ni nadie nos consigue robar la alegría de vivir.
¡Felicitaciones Chayanmol, cada día la sigues sacando del estadio!